viernes, 1 de agosto de 2008

ABERRACION

Fue monstruoso, sencillamente monstruoso!. Sólo una mente poseída, pudo haber concebido y llevado a cabo tal acto de barbarie; ni el más leve vestigio de humanidad estuvo presente, y una mujer sobre quien se ensañó su mismo padre, padeció prisión por más de dos décadas, encerrada arbitrariamente en el hermético sótano de la casa familiar. Pero lo peor falta aun: allí abusó sexualmente de ella, obligándola y embarazándola; siete criaturas inocentes fueron el fruto de esa relación aberrante iniciada cuando ella tenía apenas once años de edad. Cuando el caso, acaecido en Austria, fue descubierto, los niños no podían soportar la luz del sol, y una de las hijas, ya adulta, fue a parar a una clínica psiquiátrica, tal fue el choque emocional al reconocer en su padre a su abuelo mismo. Ni qué comentar sobre la consternación de la madre de la mujer abusada, al reconocer que su esposo se atrevió a tal atrocidad, victimando a su misma hija. Un vecino, a quien le parecía extraño escuchar el “lejano” llanto de un niño, puso a la policía sobre la pista, y todo salió a la luz, para llenarnos de estupor.
¡Cuánto dolor!, ¡cuánto dolor sufre la raza humana!; ¡cuanta miseria!, ¡cuánta angustia!. Quien esto escribe es padre de dos hijas; y recuerda cuando eran infantes; ¡cuánta ternura le inspiraron!, ¡cuánto amor!. Al contemplar la monstruosidad cometida contra aquella niña austríaca, se nota de inmediato la diferencia: ¡algo trágico sucedió en la mente de ese hombre, que lo impulsó a cometer su obra abominable!. ¿No valdría la pena analizarlo para aprender de ello?.
Porque un hecho así, lamentablemente hay que decirlo, no es más que la punta del iceberg, y la preparación necesaria para afrontar lo que se está viniendo sobre “el mundo entero” (1ª JUAN 5, v. 19), amerita necesariamente el dominio apropiado del concepto de “pecado” (JUA 9, v. 41).
Normal es encontrarnos con la idea, de que “pecadora” (LUC 7, v. 39) fue aquella “mujer sorprendida en adulterio” (JUA 8:3). Y cuando la persona se compara con esa “mujer de la ciudad”, y se da cuenta que no anda por allí repartiendo sexo como aquella, que “era pecadora” (JUA 7:37), tiende a concluir: ¡qué va, yo no soy como ella!; ¿no parece lógico este razonamiento?.
Pero si se deja por un momento esta manera de razonar, y nos adentramos lo suficiente en “lo que está escrito en el libro de la verdad” (DAN 10:21), nos encontraremos con el concepto bíblico de “pecado” (JUA 8:7), bien lejos de las elucubraciones sembradas por el filósofo.
Pecado es separación de “Dios” (ISA 59:2). La persona que basada en argumentaciones de diversa índole no quiere aceptar el “amor de Dios”, está en pecado; ¡y el “amor de Dios, …es en Cristo Jesús”!. Quien no tiene a “Cristo Jesús” como “Señor nuestro” para servirle (ROM 8:39), está en pecado, porque se mantiene separado de Dios. Esto es necesario saberlo, entenderlo …¡y aceptarlo!.
Aceptar “su amor para con nosotros” (ROM 5:8), se puede comparar al hecho de que los “polluelos” se metan “debajo de las alas” de la “gallina” (MAT 23:37). A tal propósito sépase, que la determinación a proteger a sus crías es tal en este animal, que prefiere morir ante el fuego amenazante, antes que huir dejándolos indefensos.
Si la persona, atendiendo aun la tradición heredada de sus “padres”, se mantiene contaminada “con sus ídolos” (EZQ 20:18), siguiendo en pos de “sus pensamientos” (ISA 55:7), en lugar de atender lo que “Dios” desea enseñarle (JUA 6:45) a través de su “palabra” (JUA 8:51), entonces está distanciada de “Dios” (ISA 8:51), es decir, separada de él.
¿Qué le sucede a tal persona, en ese estado de desprotección divina?: “infringe también la ley”, ¿por qué?: ¡porque “el pecado es infracción de la ley” (1ª JUA 3:4)!. Esta ley violada no es otra que “la ley de Jehová” (SAL 119:1).
La persona en este estado de alejamiento y “sin entendimiento, …no se” acerca “a” Dios (SAL 32:9), ¿cómo entonces va a desear obedecerle?, ¿cómo va querer guardar su “ley” (SAL 119: 34 y 44)?. Este razonamiento, ¿no es lógico?.
Cuando el individuo, sensatamente accede a dejar a un lado las “filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (COL 2:8), para aceptar a “Jesucristo …el verdadero Dios” (1ª JUA 5:20), como único y suficiente “Salvador”, para servirle como su “Señor” (LUC 2:11); para rendirle a él toda adoración (JUA 9:38); para honrarle con toda “alabanza” (SAL 149:1); para confesar “con” la boca que” él “es el Señor” (ROM 10:9), “delante de muchos testigos” (1ª TIM 6:12); a partir de allí el “Altísimo” que es “Omnipotente”, “debajo de sus alas” lo mantendrá “seguro” (SAL 91:1 y 4), es decir, en “vida” (JUA 8:12).
Ya sana espiritualmente, la persona “no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1ª JUA 5:18); esta persona no infringe “la ley” de Dios (1ª JUA 3:8), y así “Dios” lo protege de la “muerte …eterna” (ROM 6:23). ¡Y todo esto está empaquetado en la “fe no fingida” (1ª TIM 1:5)!.
Aquella tragedia de Austria no es más que un caso típico, que demuestra hasta dónde puede llegar una persona desprotegida, espiritualmente hablando. La religiosidad no puede proteger, pero “Jehová” si puede guardar… ¡al humilde! (SAL 121:1,2,7 y 8).*

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